lunes, 30 de mayo de 2016

¡Te conozco!

Nuevos pensamientos desbordados...


Te conozco desde hace tanto, que en ocasiones te confundo conmigo.

Coincidimos en los tiempos en los que creíamos saberlo todo, aquellos años en los que entendíamos que teníamos el control absoluto sobre las cosas; confiados eN que nada, ni nadie, podría rompernos.

Por aquel entonces, tú suponías mis pensamientos y yo consideraba que controlaba los tuyos. Terminábamos las conversaciones con verdades absolutas, con seguridad en las cosas.

Nos sentíamos poderosos, convencidos, inquebrantables. Nos proponíamos proyectos imposibles, siempre alcanzables porque... se trataba de nosotros.

Poco a poco, nos abrimos a la vida, asomamos la cabeza de entre las almohadas que la familia había colocado para alzarnos, para amortiguar los golpes y nosotros, nos lanzamos con osadía y unas cuantas gotas de la chulería, que habíamos ido acumulando entre algodones.

Apartamos de un golpe todo lo que teníamos, creyéndonos capaces de construir algo mejor, más divertido, más intenso. A nosotros, intensidad, es lo que nos sobraba.

Cada uno por su lado pero siempre encontrándonos, buscándonos.

Te conozco desde hace tanto, que en ocasiones te confundo conmigo, porque tú empezaste a sufrir al mismo tiempo que yo, afrontamos los riesgos al unísono, ¿recuerdas?. No entendiamos nada, sin embargo pensábamos tener todas las respuestas.

Y llegaron los enfados por no tolerar las situaciones que se nos presentaban, por no controlarlo todo. La frustración al sentirnos incapaces, nos compadecíamos al sentirnos víctima de la vida, ¿qué te parece?

Estábamos asustados pero éramos incapaces de asumir que así era. Los responsables eran los otros, sus envidias, los celos por cualidades que inventábamos sobre nosotros, por capacidades que nunca habíamos mostrado y así, enfrentábamos cada uno de los días.

Sentía tanta vergüenza que evitaba... te evitaba pero, nosotros siempre acabamos encontrándonos.

Y así, en uno de los días de tropiezos, acabamos descalzos en la arena. Primero pensamos que el mundo nos atacaba con alevosía y nos reconocimos el uno en el otro. Sólo ahí me sentía protegida, bebiéndome mis propias lágrimas, enjugando las tuyas porque tenían los mismos motivos que las mías. Elegimos de entre las opciones, la de enterrarnos.

Allí, hundidos en la arena, nos dimos cuenta de que aquel inmenso bloque negro y pesado que teníamos sobre los cuerpos, se agrietaba con los movimientos. Vimos que cuando soplaba el viento, se movía, se deconstruía hasta ser pequeños granos... capaces, algunos, hasta de volar.

Allí, fuimos sacando a la luz cada parte de nuestro cuerpo y como con el bloque de arena, empezamos a desmenuzar nuestras vidas, a desaprender nuestras propias historias, a fabricar versiones distintas de lo experimentado; a reconocer que veinte años atrás no lo sabíamos todo. Descubriendo que hoy, somos aprendices del mundo.

Ahora, cuando nos buscamos o encontramos, siempre jugamos a desaprender lo que creíamos interiorizado, a descubrir versiones, a dejarnos sorprender por la vida, por las personas .

Te conzoco desde hace tanto, que de lo único que estoy segura es de que eres tan ignorante como yo y por eso, te quiero.



No hay comentarios:

Publicar un comentario