Fue así como se preparó para afrontar su vida, coleccionando abandonos, deseos insatisfechos, mentiras piadosas que dolían como puñales, ilusiones desilusionadas, palabras maduras explicando emociones infantiles... palabras infantiles que se recibían con sordera, que sonaban mudas.
Creció sin entender lo que ocurría. Parecía no importarle. Cuando tocó empezar a explicarlo, halló un puzle incompleto.
Al principio, le sirvió llenar los huecos con piezas rosas, hasta que se dio cuenta de que er incapaz de reconocer caras, de clarificar sus sentimientos hacia lo más cercano y volvía a estar triste.
Poco a poco, la tristeza quiso vestirse de rabia, porque desde ahí ella se sentía cubierta, protegida, segura en sus inseguridades.
Cambió los rosáceos por el negro... de pura rabia... y alzaba el dedo corazón al mundo; porque el suyo, ése que late, sufría.
Pero rompió, porque el contenedor del dolor no es infinito, porque aquel disfraz empezó a quedarle pequeño.
Comprendió que el miedo es universal, que la tristeza le ayuda a buscar otros caminos, que la rabia le impedía mirarse, observarse y entenderse.
Supo que ella era mariposa, fabricada de dolor.
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