sábado, 2 de julio de 2016

Por las valientes, por las guerreras...

Nuevos pensamientos desbordados...

Nos contaron que nacimos para ser mujeres fuertes, que las fuertes no sienten, que las valientes no permiten que les hagan daño; que las mejores, eran aquellas que luchaban solas. 

Así, forjamos nuestras armaduras, a la medida de nuestros sueños, de aquellos sueños. Empezamos por el yelmo, protegiendo así nuestras creencias, cultivando cada uno de nuestros pensamientos con mimo, preservándolos para que fueran firmes. 

Más tarde, moldeamos el espaldar y las hombreras; nos inculcaron que los golpes venían por la espalda y por eso lo protegimos, aunque no pudimos evitarlos y dolieron. 

Nuestra armadura, obviamente debía proteger el corazón, mantener a ritmo cada latido... todo bien controlado, sin sobresaltos. Por eso, el peto tenía doble grosor, para cuidar bien nuestro motor. 

Guardabrazo, codal y avanbrazo eran necesarios para no permitir aquello de "das la mano y te agarran el codo". Manopla y guantelete, si que los dejamos opcionales, teníamos claro que alguna cosa si debíamos acariciar. 

Quijote, rodillera, greba y escarpe... por si caímos de rodillas en algún momento, por si tropezábamos contra aquello que dificilmente alcazaríamos a ver con nuestra mirada levantada, siempre ergidas porque; las mujeres luchadoras, llevan la cabeza bien alta, luciendo orgullo. 

Armadas, enfrentamos la vida, con escudos y lanzas hacia nuestro futuro. Ganando batallas, combatiendo en guerras ajenas, haciendo muescas en los lustrosos escudos, las que nos recordarían que fuimos valientes. ¡Valientes rígidas!

Aún recuerdo aquel día en que me encontré desnuda, incapaz de encajar en aquel amasijo metálico... sentí una mezcla de miedo y libertad. Sabía que lo que se esperaba de mí era que volviera a salir armada, que continuara luchando contra los fantasmas, mis fantasmas... que me mantuviese firme. 

Así, empecé poco a poco a ser honesta conmigo... 

Cada día, me despojaba de alguna de las piezas de metal, dando como excusa su deterioro, comprendiendo que no lo necesitaba, permitiéndome enfrentar con mi piel cada embestida. Poco a poco fui más yo y menos lo que los otros esperaban, lo que "debía ser". 

Desnudita descubrí que amar asusta, acojona, paraliza... aprendí que una noche de amor puede superar cientos de "polvaredas"... entiéndase, todas esas noches en las que con mi armadura, no me permitía entender el significado de las caricias, de lo que merecía, lo que mereces. 

Con la cara descubierta aprendí a interpretar los gestos del otro, a sentirlos en el fondo de mi estómago y a decidir quedarme o marcharme. A decir, a pedir con mi boca libre.

Mis pies descalzos, tomaron la temperatura a los momentos... supieron interpretar los fríos caminos, las piedras que saltaba, las púas que se clavaban en lo más profundo... y que con el tiempo, salían de mis plantas. 

Ahora mi espalda, es mi rincón favorito... no temo a lo que venga por ahí, aprendí a girarme y mirarlo de frente. Amo mi vulnerabilidad.

No soy la única guerrera desnuda. Tuve la suerte de topar con más guerreras sin miedo a su cuerpo, que me ayudaron a desencajar alguna de las piezas oxidadas de mi exoesqueleto. Te encontré a tí, peleando en tus propias guerras, debatiéndote en batallas no tan distintas a las mías, cada una a su ritmo. 

Las mujeres valientes, se desnudan... no temen sentir porque saben que es la única forma de salir vencedoras.

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