lunes, 15 de agosto de 2016

El cantante...

Nuevos pensamientos desbordados...



Casi se me habían olvidado las noches de vino y letras. 

La prisa había provocado mi amnesia, la ausencia de imágenes de aquellas noches de somnolencia y sexo, las de música y ganas. Las lejanas huellas en mi cuerpo de sus manos recorriendo la partitura que dibujan las estrías en mis nalgas, meciendo mis sueños y su necesidad de poseerme entre notas y cuerdas que se rompen en orgasmos. 

Todo parecía olvidado, hasta que la radio me trajo su voz.

Inundó el aire del recuerdo de su olor a andrógenos mezclándose con los estrógenos que emano. Me sobrecogió la felicidad del impacto de toda esa emoción pasada... el manejo de sus manos y su boca bajo mis bragas rotas. El deseo doblando los dedos de mis pies, elevando el cosquilleo desde mis tobillos hasta la cintura, tensando los músculos de mis muslos apretados por aquellas manos, rememorando huellas... esas que deja la música sobre un abdomen desnudo. 

Fui musa sin saberlo. Soy musa, porque es hoy cuando escucho en sus letras lo que significaron aquellas noches para ese corazón peregrino. Para aquel ermitaño que hoy me cuenta que quería vivir en mi espalda.

Lo escucho y lo extraño... 

Y se antoja curiosa esa sensación en quien había negado durante tanto tiempo aquella experiencia. Los fines de semana de encierro,  las noches de viernes serenas que amanecían en sábados entre la natualeza muerta del sexo derramado, del amor fumado a mordidas en su piel, de las agujetas de mis piernas buscando la profundidad en sus rítmicos acercamientos. Abrir los ojos entre las notas que brotaban de su guitarra, en ese gesto que no respetaba mi amor por Morfeo.

Ahora me cuenta en sus ritmos que eran puros celos, el egoísmo de no compartir nuestro tiempo con nadie más. Ni siquiera los Dioses eran bienvenidos en aquellas horas. No quería perder ni un minuto en ausencia de mí... por eso se marchó. Porque yo tiendo a huir, por eso olvidé aquellas noches de alcohol y letras; del compás de los gemidos de dos que hoy constituyen el ritmo de su canción, de esa que también es mía.

Pero vuelvo, cojo el avión y vuelo a él... 

No deja de sorprenderme que en sólo tres minutos y cuarenta segundos de música, me convenza. Pero comprendí que en ese poco tiempo ha conseguido mojar mi espalda y mi sexo, ha evocado cada caricia sobre mi cuerpo desnudo, sobre el suyo sólo vestido de guitarra, aquella que tapaba su vergüenza, la que a mí me encendía. La misma guitarra que ha predido fuego a mi deseo de poseerle, de atarlo a mi cama o a cualquier cama compartida en la que únicamente habiten nuestros cuerpos erizados del ansia de encajarnos, en la que no dejaré sentar a Morfeo; sólo invocaré a Eros, si fuera necesario recordarle que... no volverá a ser olvido.

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