miércoles, 17 de agosto de 2016

Musa volátil...

Nuevos pensamientos desbordados...


Apareció en mi puerta de sorpresa, en esta ciudad tan distante de la suya, en el pequeño paraíso que conscientemente quise construir, lejos de ella... 

No avisó. No debí sorprenderme, aunque lo hice. No había cambiado nada, seguía siendo inesperada. 

Durante los primeros diez minutos estuvo hablando sin parar, jalonando de explicaciones innecesarias su monólogo, sin tenerme en cuenta. Ni se percató de que yo estaba totalmente paralizado, no la escuchaba, sólo podía pensar en cuánto la quise y cuántos kilómetros tuve que poner entre nosotros para cicatrizar el hueco que dejó su desatino. 

Cuántas mañanas traté de conquistarla con mi guitarra, era mi especial forma de acariciarla antes de dar rienda suelta a mis ganas de poseerla. Sostenía en notas esas ansias primitivas que despertaba en mí, algo desconocido hasta que la tuve en frente la primera vez... algo habitual después... ansia que existió todas las veces. 

Fue mi musa. 

Salí del estado de ensoñación cuando quiso que acompasara mis labios a sus besos, cuando dejó sus pies suspendidos en el aire al colgarse de mis hombros, cuando escuché que se había dado cuenta del error que cometió y que ahora sabía que era yo "su persona favorita". Se olvidó de que ella no es la mía.

Y ahí la tenía... imaginando, sin mí, que  había inspirado mis últimas letras, las mismas que escuchó en la radio, haciéndola tomar conciencia de lo especial que era... Había interpretado, mi podre ególatra, que aquella canción hablaba de nosotros. 

Yo ya tengo otra musa y no se parece en nada a ella.

Me miraba fijamente. No entendía que fuera incapaz de seguirla en su fuego, yo que tanto quemé por perseguirla. Su mirada se tornó triste, confundida. Nunca vi antes en sus ojos un atisbo de fragilidad y de pronto, la inseguridad se apoderó de su cuerpo entero. Tembló. 

Confundida como estaba, me sentí capaz de acercarme, de acercarla. La guié hasta el sillón y le conté con todo lujo de detalles quién era yo ahora. Lloró en silencio, pero leí su calma. 

No pude dejar de sentirme importante, había cruzado el océano para sorprenderme, llegó a mí inspirada por los mismos ritmos que antaño buscaron conmoverla y no lo consiguieron. Ella fue mi muro, mi herida, mi frustración continua, mi fuego apagado en su ausencia. Supo volverme loco, ilusionarme cuando no recibía nada para alimentar mi entusiasmo. Fue mi reto, mi fracaso, mi pasado imperfecto.

Aparecía ahora que la calma me mece cada noche, cuando me encuentro sereno. Cuando mi musa se hace presente a cada instante y se sienta conmigo a hablar sin importarle el tiempo. Ella que habla de sí lo justo  y de nosotros lo necesario. Ella que hace inexistente la distancia entre mis ganas y su deseo. Mi mapa, mi brújula.

Apareció justo cuando la fama llamaba a mi puerta, como ella. Me escuchó en la radio, desde el otro lado del mundo y comprendió, tarde, por qué me costaba mirarla a los ojos en las noches de vino y letras.

Con la misma estrategia diseñada para aparecer en mi puerta, desapareció. Mi musa pasada, mi musa volatil, la engreída, la inconstante, mi recuerdo más arrepentido, mi hueco cicatrizado. Mi nada.

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