jueves, 2 de noviembre de 2017

Adriana contra el hipo

Nuevos pensamientos desbordados...

Adriana es un bebé pequeñito. Ya en la barriga de su mamá el Señor Hipo conseguía entrar, siempre puntual, a eso de las 7 de la tarde.

Una vez que nació, ese señor continuaba con sus visitas pero cada día se iba haciendo más feo y poco a poco la pequeñita empezaba a enfadarse con esas inoportunas visitas.

Muchas fueron las personas que trataron de ayudar a la niña para que cesaran estos encuentros:

Sus padres se sentaron a hablar con el Señor Hipo, trataron de explicarles con calma que no era bien recibido en aquella casa. El papá es una persona muy conciliadora e intentó negociar con él, pero aquel tipo parecía no entrar en razón y se hacía cada vez más molesto. Ella era una experta luchadora contra las visitas de su Hipo particular, pero con la pequeña no funcionaba el truco de "beber al revés".

La abuelita llegó a despeluzar unas 4 mantas, haciendo pequeñas bolitas de pelusas que pegaba a salivazos en la frente de la desconcertada pequeña, que torcía la mirada buscando aquel punto y sumaba la molestia a los quejidos por su visitante maligno.

Llevaban meses de lucha y un buen día, decidieron unirse con algunos amigos par hacer un ritual que asustara al Señor Hipo, quien a esas alturas ya no respetaba horarios y se presentaba sin ser invitado varias veces al día y en algunas de ellas, se quedaba más tiempo del que la familia estaba dispuesta a soportar. Pero había un momento en el que nunca faltaba.

Eran las siete menos cinco y todo estaba preparada. A las siete en punto apareció, más feo que nunca.
El Señor Hipo era un tipo peludo, posiblemente se había nutrido de las pelusas de la abuela y se había puesto muy gordito. Sus ojos eran saltones y a cada susto que provocaba a Adriana trataba de que ella tuviera sus ojos, pero la pequeña luchaba entre el susto y el enfado. Con sus cortas piernas, el Señor Hipo saltaba sobre el pecho de la niña y parecía divertirse pero era el único que lo hacía.

Cuando ese enano malvado se confió, todos los amigos de Adriana junto a sus papás empezaron a cantar y la niña se sumó a aquel himno.

Hipo se sintió desconcertado, no sabía bien si debía saltar más lento, más rápido o fuera de aquel cuerpo pequeñito que había estado utilizando de colchoneta. Parecía asustado con aquella fiesta y los demás seguían cantando.

Poco a poco se fue haciendo pequeñito hasta que sin previo aviso... PUFFFF!!! desapareció.

La sala se convirtió en una auténtica fiesta. Besos y abrazos celebraban haber hecho desaparecer al molesto visitante.

Los siguientes días el Señor Hipo también trató de entrar en la guerra. Se mostró más duro, pasó horas sin aparecer, hizo breves visitas diarias y siempre recibió canciones y alegría cuando entraba en escena.

Adriana se dio cuenta de que cada vez el Señor Hipo parecía menos fiero y menos peludo. Aprendió, cuando recibía su visita, a ignorarlo y llenar sus horas de juegos y canciones, que le gustaba más que aquellos ratos de quejidos centrada en el Hipo.

Así, poco a poco, el molesto Señor se dio cuenta de que nunca conseguiría ser demasiado importante para la niña y aunque no se marchó para siempre, espació sus molestas visitas.

y colorín colorado... el Señor Hipo SE HA MARCHADO!!!!





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